
"Para Sherlock Holmes, ella siempre fue "La Mujer". A los ojos del detective, Irene Adler, “la cosa más bonita bajo un sombrero”, eclipsaba a todas las representantes de su sexo. No es que podamos considerar que sintiera amor por ella, aunque sí un íntimo respeto, difícil de calibrar. Para el detective, las mujeres siempre fueron poco más que fuente de pistas, capaces de llevarle a la resolución del misterio. Los sentimientos amorosos hubieran chirriado en su fría naturaleza, como una esquirla en una de sus lentes de aumento. Sin embargo, antes de enfrentarse a Irene Adler, Sherlock Holmes había realizado comentarios burlescos sobre la inteligencia de las mujeres, pero todo ello cambió a raíz de su enfrentamiento con ella"
¿Quién fue esa dama capaz de hacer hincar la rodilla al mismísimo genio de Baker Street? Irene Adler protagoniza el relato titulado “Escándalo en Bohemia”, dentro del ciclo de “Las Aventuras de Sherlock Holmes”, publicadas fruto de la pluma de sir Arthur Conan Doyle, entre 1891 y 1893 en el “Strand Magazine”. “La Mujer” fue lo que en la época se llamaba una "aventura internacional", elegante nombre para definir a aquellas mujeres de vida disipada y moral dudosa, que podían verse en los círculos más elitistas de la alta sociedad, pero tan solo como pasatiempo. El rígido sistema de clases victoriano impedía algo más que el flirteo con las damas de su clase.
Nacida en Nueva Jersey en 1858, su profesión de contralto de ópera le permitió visitar y recibir los rendidos aplausos de los escenarios del mundo entero. Actuó en la Escala de Milán y fue Prima Donna de la Ópera Imperial de Warsaw. En Inglaterra, el público la había recibido con entusiasmo en los conciertos que celebró en Covent Garden y Saint James Hall. Dotada de una inteligencia y seguridad incomparable, sus amoríos con Guillermo Gottsreich Segismundo Von Ornstein, gran duque de Cassel-Falstein y rey hereditario de Bohemia, le llevaron a creer que un día podría ser reina. En un momento de debilidad, el príncipe heredero le dio palabra de matrimonio para abandonarla después. Como hemos citado, una cosa era flirtear alegremente con una cortesana entre chispeantes vapores de champaña y alegre música de vals y otra bien distinta, formalizar una relación con ella. No obstante, tras su ruptura, Irene Adler conservaba como valiosa arma una fotografía, en la que ambos aparecían juntos y estaba dispuesta a publicarla, al enterarse del inminente matrimonio del príncipe. Ello habría sido la ruina del príncipe heredero, que buscaba un matrimonio de conveniencia para asegurar su posición. Sherlock Holmes obtiene "carte blanche" para recuperar la fotografía y para ello recurre al arte del disfraz, que dominaba como un verdadero maestro. Se hace pasar primero por mozo de cuadras, para hacerse contratar en casa de ella e incluso asiste de improvisado testigo a su boda con el abogado londinense Godfrey Norton. Más tarde, sospechando que esa precipitada boda, puede causar que la pareja abandone el país, el detective organiza una mascarada sin par. Fingiendo ser un venerable sacerdote herido tras una riña callejera, que él mismo se había encargado de organizar, cerca de la casa de Irene, consigue que ella le introduzca en su hogar para socorrerle. Mientras ella se preocupa por la que cree dañada salud física del sacerdote, el doctor Watson, arroja una bomba de humo en el interior de la casa, haciendo creer que se ha desatado un incendio. Holmes logra que Irene, creyendo que su propiedad se haya en peligro, descubra inconscientemente, dónde oculta la fotografía, tras un panel corredizo. Los ojos de águila del detective lo advierten y creyéndose seguro de su éxito, decide regresar al día siguiente a la casa de la joven, en compañía del príncipe y del doctor Watson, para reclamar la fotografía. Podría parecer uno más de los muchos e increíbles casos, que Sherlock Holmes ha resuelto con éxito, pero lo que él no sabía cuando descubrió el escondite de la fotografía es que Irene Adler, sospechando que aquel falso incendio podía tratarse de una encerrona, había decidido seguir al supuesto anciano párroco, disfrazada de hombre. Como consumada actriz, las ropas de teatro no suponían ningún desafío para ella. Por ello, cuando ve que el impostado sacerdote regresa a Baker Street, haciendo gala de una sangre fría harto notable, se aproxima a él y pasando velozmente a su lado, le dice: “¡Buenas Noches, señor Sherlock Holmes!”. Al día siguiente cuando Holmes retorna a la casa de Irene, la presa ya ha escapado con la fotografía comprometedora, dejando a sus perseguidores burlados. Únicamente podremos comprender el hondo calado que Irene Adler dejó en el alma de Sherlock Holmes, si revelamos que la única recompensa que solicita tras el caso, al pomposo príncipe heredero de Bohemia es una fotografía de ella, que ésta deja en el escondite, en lugar de la que ellos buscaban y que decide llevase como salvoconducto, por si en un futuro el inminente rey, decidiera emprender cualquier acción contra ella. El rey le ofrece un valioso anillo de esmeralda en forma de serpiente, pero para el detective de Baker Street, la fotografía de Irene que siempre conservó entre sus más valiosas pertenencias. Una mujer, su mayor enemigo y su mayor aliado en realidad. La única mujer que consiguió abrir una pequeña fractura en la precisa maquinaria del gran detective y que resultó ser más, mucho más que “la cosa más bonita bajo un sombrero”.
No han faltado múltiples pastiches que como cronistas rosas, han llevado más allá de este primer y único encuentro canónico entre Sherlock Holmes e Irene Adler, su relación, inclusive con descendencia. En el cine, hemos contado con hermosas Irene Adler. Destacaremos a Charlotte Rampling en “Sherlock Holmes en Nueva York”, junto a Roger Moore como Sherlock Holmes, en 1976; Anne Baxter en “Las Máscaras de la Muerte” acompañando a un crepuscular Peter Cushing, en su despedida del personaje en 1984 y Gayle Hunnicutt, frente a Jeremy Brett en la adaptación de Granada Television de este relato, rodada en 1984.
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